Confucio y la receta olvidada de la alegría

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Confucio y la receta olvidada de la alegría

Francisco Cheng

子曰:「學而時習之,不亦說乎?有朋自遠方來,不亦樂乎?人不知而不慍,不亦君子乎?」

En el primer capítulo del Analectas, Confucio nos deja tres afirmaciones que, lejos de ser simples máximas de cortesía, constituyen una verdadera filosofía de vida:
¿No es un placer aprender y practicar lo aprendido? ¿No es una alegría recibir a amigos que vienen de lejos? ¿No es propio de un caballero no molestarse cuando los demás no lo reconocen?

Leídas con atención, estas frases revelan lo que para Confucio es la fuente genuina de la alegría humana. No se trata del poder, del éxito económico, ni de la satisfacción inmediata de los deseos, sino de algo más profundo y duradero: el aprendizaje interior, la comunión con los otros y la ecuanimidad del alma. Tres cosas que, en nuestra sociedad moderna, muchas veces parecen haber quedado relegadas por la lógica del consumo y el rendimiento.

Cuando Confucio habla de “aprender y practicar”, no se refiere a coleccionar títulos ni acumular datos. Habla del aprendizaje moral y vital: de convertirse en una mejor persona, de aprender a actuar con integridad, respeto, compasión. Es un proceso que no termina nunca, porque la vida está llena de pruebas, decisiones y encuentros que nos enseñan. Y practicar lo aprendido significa vivir cada día con coherencia, como quien afina un instrumento o cuida un jardín. En esa constancia silenciosa reside una alegría serena, alejada del vértigo del éxito momentáneo.

La segunda frase, “recibir amigos de tierras lejanas”, exalta el valor de la amistad verdadera. En tiempos donde las redes sociales multiplican las conexiones superficiales, Confucio nos invita a recuperar el encuentro sincero, la conversación profunda, el compartir el camino con otros que buscan lo mismo: crecer, comprender, vivir con sentido. La alegría de tener un amigo con quien caminar, aunque venga desde lejos, es inigualable.

La tercera enseñanza es quizá la más exigente: “no enojarse cuando no se es comprendido”. En una cultura donde la visibilidad y la validación externa parecen imprescindibles, Confucio nos propone otro horizonte: el del ser humano que no se deja perturbar por la opinión ajena, que no necesita aprobación porque su brújula moral está dentro. Ese es el 君子 junzi, el “hombre virtuoso y noble” que, aunque no siempre sea reconocido, camina con serenidad y dignidad.

Estas enseñanzas, que parecen tan simples, encierran una sabiduría que puede servir como antídoto a la insatisfacción moderna. En lugar de perseguir sin descanso lo que nos promete placer pero deja vacío, podríamos volver a mirar hacia adentro. En vez de dejar que la prisa nos arrastre, podríamos hacer una pausa y preguntarnos: ¿estoy aprendiendo algo valioso? ¿Estoy cultivando mis vínculos? ¿Estoy en paz con lo que soy, aun si otros no lo ven?

Quizás, como decía Confucio hace más de dos mil años, ahí empiece la verdadera alegría.

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